¡Nueva novela!: «Mapa de un Cielo Nocturno.»

Vale, lo admito. He andado por ahí perdido. Desaparecido. Pasando desapercibido. Y los demás sinonimos que lleven al mismo significado, si gusta. Pero les pondré un poco al tanto.

Comencemos por qué he estado haciendo: Tratando de no dejar que la universidad  me trague vivo. ¡Jesús! Mis practicas en el hospital se comen mi tiempo a la misma velocidad a la que respiro. ¡Horrible!

Pero, vamos, que he tenido minutos libres los fines de semana, y pues, verán que no los he desaprovechado. Hacía mucho que tenía una novela guardada por ahí. Solo necesitaba un poquitín de amor y pulido para que pudiese salir y conocer el mundo. Y finalmente, luego de tanto tiempo entre ediciones por aquí, arreglos por allá y episodios de pánico a que algo salga mal, aquí está. ¡Finalmente sale a la venta “Mapa de un Cielo Nocturno” !

¡QUE EMOCIÓN!

Es la primera novela que está disponible en fisico para todos ustedes chicos y chicas. Por favor, les pido de todo corazón que, de la misma manera que han acogido con tanto aprecio sus historias predecesoras, le den un pequeño espacio a esta novela en sus vidas. Y sin mas que agregar, dejo en sus manos esta nueva historia.

Mapa de un Cielo Nocturno

Mapa de un Cielo Nocturno.

 

Especificaciones del libro:

Precio:

**E-book: $4.99

**Paperback: $16.99

Paperback: 419 páginas
E-book: 457 páginas
Idioma: Español
Dimensiones del producto (paperback): 14 x 2.7 x 21.6 cm
Peso 1.4 pounds.
Fecha de publicación:
**E-book: 30 de junio de 2017
**Paperback: 1 de Julio de 2017
Vendido por: Amazon Digital Services LLC.

 

Sinopsis:

Alex ha pasado toda su vida contemplando por la ventana la lluvia de los inviernos caer sobre Everland, un pequeño pueblo situado en la costa oeste de Nueva Zelanda. Pero una mañana de cielo gris, algo lo impulsa a mojarse bajo la lluvia y deja de ser un simple espectador.

Una chica. Un lago. Una fotografía.

Una noche, mientras él espera en una vieja parada de autobús, hace un recuento de memorias; recuerdos de una serie de sucesos que se desencadenaron a lo largo de un invierno y que lo condujeron en su búsqueda de respuestas hasta desgarradores hallazgos que marcaron profundamente sus días de lluvia, haciendo que se dé cuenta que tal vez, aquél invierno gris y frío, ha cambiado para siempre la noción de su tiempo y de su vida.

“Había una vez un mapa…
Había una vez un cielo nocturno…
Y ambas cosas existieron porque así debió de ser.”

Captura2

Adquierelo en Amazon:

Paperback

E-book

Luis F. López Silva.

🙂

Capítulo 58: Lo que realmente nos importa.

 

Road to neverland

 

—¿Karla?—mi voz se escucha áspera.

La oscuridad en este cementerio engulle las lapidas que no alcanzan a ser iluminadas por la lámpara que Karla carga consigo.

Es todo tan siniestro.

—Vine a disculparme—dice ella—. Con Cori.

Karla se mantiene con su mirada fija en la tumba que tiene en frente. No ha volteado a vernos todavía y pareciera que no quiere hacerlo.

—¿De qué hablas?

—Le debo una disculpa—su voz se escucha rota. Casi dolorosa—. Por todo lo que ha sucedido. Por ti.

—No lo entiendo—titubeo con desconcierto—. Mira, aquí hace demasiado frío. Mejor regresemos a casa.

Ella se cambia la lámpara hacia la otra mano, respira hondo y se da la media vuelta. Su rostro tenuemente iluminado denota unos ojos cansados, rojos, llorosos y tristes.

—Le prometí que cuidaría de ti—se sorbe la nariz y se relame los labios—. Y lo estoy arruinando todo. Porque eres un idiota. Porque Cori era un idiota—hace una breve pausa que solo sirve para asentar el desconcierto dentro de mí—. Porque siento que hace mucho tal vez ya no éramos nosotros tres.

Y eso último me destroza. Porque tal vez sí soy un idiota, y me hace sentirme culpable por no haberlo notado a tiempo.

—Lo supe todo el tiempo—se encoge de hombros y se abraza a sí misma—. Supe lo mucho que Cori te amaba y sabía desde un principio que él haría todo lo posible porque tú le amaras.

—Karla, yo lo siento tanto, no quería…

—Y, es que, la única razón por la que yo lo sabía—continúa hablando—, era porque yo también te amaba de la misma manera.

Comienzo a sentir esa sensación tan agobiante que tienes cuando la respiración te falta. Es como si te desinflaras. Como si el alma se te escapara por los poros.

Como cuando la felicidad y la tristeza se mezclan y resultan en algo inexplicable que duele.

¿Cómo es que nunca pude darme cuenta de esto?

—Y la única razón por la que jamás dije nada, era porque tampoco podía destrozarle la felicidad a Cori—musita, y la voz se le desquebraja entre sollozos—. Porque él también se merecía ser feliz. Porque con quien fuese, tú también merecías serlo.

Y tú te lo has merecido siempre, Karla.

Lo siento tanto.

—Siento mucho no haberte contado nunca la verdad sobre Cori y sobre mí—ella coloca la lámpara en el suelo y se sienta en el borde de la tumba de Cori.

Me hace un gesto con la cabeza para que me siente a su lado, así que lo hago y me mantengo en silencio, intentando procesar cada una de sus palabras.

Lucas parece haberle perdido el miedo al lugar así que se ha sentado también tres tumbas lejos de nosotros para darnos un poco de espacio. Y si no le ha perdido el miedo, al menos hace el esfuerzo, y le agradezco mentalmente por ello.

Karla aguarda en silencio por unos minutos, hasta que finalmente alza el rostro y pierde la mirada en la obscuridad que se cierne frente a nosotros, hablando con mucha calma.

—Por alguna razón, a veces pasan cosas que no comprendemos—comienza Karla, con su voz suave y melancólica—, cosas que no entendemos y que son incontrolables. Como tú—sonríe—, como Cori.

Karla se frota las manos y se recompone las mangas de su suéter.

Suspira, dejando escapar su aliento en forma de nubes.

—¿Sabías que Cori y yo estuvimos saliendo un tiempo?—dice, y se le escapa una leve sonrisa que me sabe a nostalgia.

La noticia me deja en un estado de shock que seguramente se nota en mi rostro porque Karla me da un leve empujón con el hombro y me guiña un ojo.

—Impactante, ¿no?—advierte.

—No sé qué decir—respondo, titubeante.

 —No creo que debas de decir algo—se encoge de hombros—. Solo es algo que sucedió y en su momento fue importante.

Por alguna razón saber esto no se siente tan mal.

Solo es extraño.

—¿Hace cuánto Cori y tú…?

—Fue hace varios años. Te acababas de mudar a Longmont. Fue justo en el semestre en el que te trasladaste a Longmont Sunset.

—No puedo creer que no me di cuenta—digo perplejo.

—Nadie más que él y yo lo sabíamos—se vuelve a encoger de hombros—. Y Cori a penas te conocía, y bueno, yo… yo no tengo excusa. Solo no sabía cómo decírtelo.

—Me habría alegrado de ello—trato de sonar lo más sincero posible. Porque… realmente me habría sentido feliz por ambos.

—Yo también me habría sentido feliz por ti y por Cori si lo hubiese sabido.

—Pero tú ya lo sabías—replico.

—No de ti, Sasha. Y me habría hecho muy feliz si hubieses confiado en mí—vuelve a verme con unos ojos compasivos y llenos de culpa—. Pero yo tampoco puedo culparte, porque hice lo mismo que tú. Ocultarlo.

—Pero… ¿por qué?—inquiero confundido.

—Porque no sabía qué tanto podían cambiar las cosas—ella respira ondo, exhala con lentitud y agacha su rostro—, como tú, supongo.

Touché.

—Y para cuando me di cuenta que tal vez las cosas no iban a ser tan malas si lo sabíamos los tres, ya era tarde.

—¿Tarde?—pregunto, dudoso.

Karla se acomoda un mechón de cabello tras la oreja y vuelve a verme con sus preciosas pupilas negro azabache.

—Cori y yo ya nos habíamos de alguien más—muerde su labio intentando controlar esa sonrisa que de todas maneras se le escapa.

Oh, Dios…

—De ti.

Por alguna estúpida razón siento como el rostro se me calienta y seguramente he de tener las mejillas rojas.

Oh, Dios.

—Y hablamos ambos del asunto, claro—se remueve un poco incomoda—, y concluimos que no podíamos seguir juntos por eso mismo.

Todas las ideas que tenía en mi cabeza comienzan a arremolinarse y a estrellarse unas con otras, tanto que me quedo en blanco. Siento que es demasiado para digerir.

—Lo siento mucho—Karla recuesta su cabeza en mi hombro e instintivamente recuesto la mía sobre su cabello.

Nos quedamos así por un largo rato, viendo la nieve teñirse del anaranjado de la lámpara.

Lucas mantiene su atención en la obscuridad y simplemente se limita a darnos nuestro espacio.

Amo a este chico como si fuese mi familia. Tiene una habilidad nata para hacer que este tipo de cosas funcionen. Y aquí están los resultados.

Aquí estamos Karla y yo.

Karla, Cori y yo…

—Éramos apenas unos niños que creían que el amor funcionaba de alguna manera comprensible—susurra Karla—, hasta que llegaste tú.

—Tal vez las cosas entre Cori y tú habrían funcionado, de no ser por mí.

—No lo sé, Sasha. Tal vez estábamos destinados a esto.

—Tal vez.

Karla hace el amago de ponerse pie, coge su lámpara y vuelve a ver a la tumba de Cori. Está cubierta de una fina capa de nieve, pero su nombre grabado en una pequeña placa dorada yace descubierto.

—Le hice una promesa a este chico—ella señala con su mentón hacia la tumba—, y le dije que cuidaría de ti si algo le sucedía. Él haría lo mismo por mí. Y supongo que debo cumplirlo.

—Siento mucho no haberte dicho lo de Cori. No quería hacerte sentir de lado. Es solo que, no sabía cómo demonios manejarlo.

—Yo tampoco supe cómo manejarlo en aquella ocasión. Creo que solo no tenía derecho a molestarme contigo, Sasha. Hice lo mismo que tú, y no te veo haciendo un berrinche por ello.

—Es algo que ya sucedió. No puedo cambiarlo—le digo poniéndome de pie, volviendo a ver a ese amigo que tanto extraño, que está aquí pero que de alguna manera eso tampoco es del todo cierto—. Y el mundo no se acaba por eso.

—Cori me dijo lo mismo cuando él quiso decirte en una ocasión lo que había pasado entre nosotros y yo le pedí que no lo hiciera.

—¿Ah, sí?

—Sí. Recuerdo que fue unos días antes de tu cumpleaños 17, pero por alguna razón él accedió a lo que le pedí, pero me hizo prometerle que yo te lo diría en algún momento. Que estaríamos ahí los tres para hablar de ello.

Tal vez Cori en el fondo solo trataba de tener a Karla siempre con nosotros. Algo que yo por alguna estúpida razón no pude hacer. Y como su amigo, fue fiel a ella. Mantuvo su secreto. Porque era típico de él proteger a alguien cuando esa persona tenía miedo.

Así como él me protegió a mí todas esas veces en las que yo estuve asustado del mundo.

—Y henos aquí—sonríe Karla—, los tres juntos, como solíamos pasar nuestros días. Y cumpliré mis promesas ¿sabes? Y ya van dos de tres.

Karla se quita sus guantes y sus pequeñas manos quedan expuestas al frío. Toca mi rostro y no puedo evitar cerrar mis ojos y disfrutar de la calidez de sus manos. Es algo que no cambiaría por nada del mundo.

—Esta ha sido mi última promesa, Sasha—su voz suave se cuela entre mis oídos y me reconforta—. Decirte la verdad. Mi verdad.

Ella quita sus manos de mi cara y de repente me siento vacío sin ellas. Como si algo muy preciado me fuese arrebatado y solo quedara el gelidez del invierno.

Abro mis ojos y todo lo que logro contemplar es a Karla mirándome con ojos vidriosos y con una preciosa sonrisa en su rostro.

—Sasha Alexander Leader—ella se inclina un poco y el mundo se detiene cuando sus labios tocan los míos. Una calidez me invade el cuerpo; ese tipo de calidez que haría arder la nieve y convertiría el invierno en un verano con un precioso cielo añil—, eres el chico con los ojos azules más precioso que pueden existir, y te amo.

Por unos momentos se me corta el pensamiento y siento como si una cortina de bruma blanca y espesa se instalara en mi cerebro, provocándole cortocircuito.

Y cuando creo que mi estado de desconcierto se quedará por largo rato, hay algo que hace que mis neuronas se recompongan con bastante rapidez.

Y ese algo es el hecho de ver a Karla desplomándose en el suelo.

 

Capítulo 57: Vaho de invierno.

Cloud Espectrum

       El techo es un lugar bastante frío en estos días. En especial después de una tormenta de nieve, claro, pero qué se le puede hacer. El chocolate caliente da una solución bastante buena a la situación. Abajo, puedo ver a Lila salir a caminar con André, a Kathy sacar la basura y a Tránsito remover la nieve de la entrada.

Es 26 de diciembre, y pasé navidad sin ver a Karla. No he recibido noticias de ella. Por más que he intentado llamarle, enviarle mensajes, ir a su casa a buscarla, ella no responde mis llamadas, no me escribe de regreso ni tampoco parece estar en algún sitio que se me ocurra cada vez que voy a buscarla.

Si su objetivo es evitarme, lo está logrando.

—Se te congelará el culo si no bajas de ahí.

Lucas asoma su cabeza por la ventana y exhala una enorme nube de vaho.

—Tal vez morir no sea tan malo.

—Supongo que no, si estuvieses solo. Pero estoy seguro que se pondría triste la casa entera si te mueres.

Lucas saca su pie por la ventana, se apoya en el marco para impulsarse y sin mucho esfuerzo logra salir al techo para sentarse a mi lado.

El cielo está gris, como suele siempre estarlo en diciembre. El bosque tras la casa está cubierto por un manto blanco que hace parecer a los pinos enormes fantasmas alzándose desde el suelo. A lo lejos, una columna de humo se eleva hacia las nubes, perdiéndose y confundiéndose con su gris.

Es de la chimenea de la casa de Darien.  

—¿Aún no tienes noticias de Karla?—pregunta Lucas, con una mirada que otea la distancia.

—Nada.

—Qué fuerte—suspira—. ¿Crees que se le pase?

—No lo sé. Parecía muy molesta.

—Yo también lo estaría, supongo, si mi mejor amigo no me hubiese contado todo lo que sucedía con mi otro mejor amigo.

—Gracias, tus palabras me ayudan—mascullo sarcástico.

—No seas un llorón—dice encogiéndose de hombros—. ¿Por qué no vas a su casa y hablas con ella?

—Lo he intentado y parece nunca estar cada vez que llego.

No sé si la señora Bonnet habla en serio cada vez que le pregunto o si solo lo hace para cubrir a Karla porque ella se lo ha pedido, pero de todas maneras, por cualquiera de las razones que sea, es evidente que lo hace para evitarme.

—Entonces ve en un momento en el que ella esté ahí.

¿Qué?

—Tienes que estar bromeando—replico, desdeñoso—. Te estoy diciendo que cada vez que voy ella no…

—Karla duerme como todos nosotros, no es un vampiro ni un búho que salga de noche a hacer sus cosas, así que supongo que en la noche o madrugada la encontrarás ahí en su habitación.

Oh, eso no se me había ocurrido.

—De todas maneras, aunque vaya en la noche ella no querrá verme—suspiro, y siento como la ilusión se desinfla en mi pecho—. Siempre me evitará.

—Pues te cuelas en su habitación.

—¿Qué?—vuelvo a verle desconcertado.

—Eso. Te cuelas en su habitación. Y ya adentro, tendrá que verte por la fuerza.

—Estoy seguro que entrar a la casa de alguien sin permiso es ilegal.

—André lo hacia todo el tiempo cuando iba a visitarme.

—Tú querías que André te visitara. Eso es distinto.

—¿Quieres hablar con Karla o no?—se queja Lucas—. Además, seamos sinceros, ella no va a demandarte por colarte en su habitación.

—Eres una mala influencia—lo miro de soslayo—, pero tu idea me agrada.

Y es que de hecho, no se me ocurre ninguna otra forma. Creo que si no lo hago por la fuerza, jamás conseguiré que Karla siquiera me mire. Realmente quiero que me diga algo, pedirle disculpas, aclarar las cosas, responder sus preguntas, no sé, hacer lo que sea que solucione las cosas para que volvamos a ser los de antes.

Su ausencia comienza a sofocarme.

***

Caminamos el tramo que hay entre mi casa y la casa de Karla, con la punta de la nariz fría, con los dientes castañeando y exhalando nubes de vaho. El alumbrado de la calle a penas y ajusta para iluminar unos cuantos metros cada cierta distancia de calle, pero es suficiente como para no tropezarnos en la oscuridad.

Lucas es quien me acompaña. Fue su idea, así que se ha ofrecido a venir conmigo.

Aun no puedo creer de hecho que estemos haciendo esto.

Creo que este chico ha pasado demasiado tiempo con Kathy. Le han robado su inocencia… o la poca que cargaba.

—¿Tienes idea de cómo subir a la habitación de Karla?—Lucas se sacude un poco de nieve de sus guantes y se sorbe la nariz.

—Hay una malla de metal en la parte de atrás de la casa que llega hasta el techo. Se puede subir por ahí.

—Perfecto, mientras no te rompas el cuello.

—Creo que debimos venir en auto—le digo, extrañando la calefacción de casa.

No siento las puntas de los dedos de mis manos y comienzan a acalambrarse mis pies. Son cerca de las dos de la madrugada, y si no nos mata el frio, seguramente lo hará Tránsito si se entera que andamos fuera.

—¿Y que se diera cuenta André?—masculla él.

O nos matará André, pienso.

—Hablando del auto, ahora que recuerdo, el día que fueron por Lila al aeropuerto, ¿en qué auto fueron?

—Karla nos llevó.

Entonces Karla ya sabía lo de Lila. No puedo creer que no me lo… bueno, está molesta. Creo que debí de haberlo supuesto. Ella no iba a decírmelo. No habría tirado su orgullo al trasto por algo que al final no iba a hacerle daño a nadie.

—Era una sorpresa—dice Lucas, notando mi incomodidad—. Y por si te lo estás preguntando, Karla no ha mencionado nada de ti en todo el camino.

—¿Parecía molesta?—inquiero.

—En lo absoluto. Pero suspiraba muy seguido.

No sé qué tan malo sea suspirar, pero si Lucas lo notó supongo que es importante. ¿Se puede suspirar de enojo?

A veces siento que el alma se le puede escapar a la gente entre suspiros. O la felicidad, que es lo mismo.

—Tal vez debimos traer a Kathy—y ahora que lo pienso, estoy seguro que le habría encantado venir, con tal de ser parte de este desorden.

Ella es una aventurera nata.

—La he dejado vigilando a todos en casa. Le pedí que me llamara si alguien se despertaba y descubrían que no estábamos.

Que inteligente. Ya decía yo que Kathy faltaba aquí, pero Lucas ya lo tenía planeado con ella.

—André va a matarme si se entera que te he sacado de casa a estas horas—agrega, riéndose.

Lucas parece disfrutarlo.

—Se fastidia con mucha facilidad. No lo sé—se encoje de hombros—. Pero se preocupa mucho por ti, y solo intenta protegerte.

—Creo que se molestaría también conmigo por dejarte ser parte de esto. Le preocupas también.

—Lo sé. Pero fastidiarlo es algún tipo de actividad lúdica que practico a menudo. Se molesta y a veces verlo hacer berrinche me hace gracia. Parece un niño.

Como Cori, pienso, cuando me hacía enojar pero al segundo estaba dándome un abrazo y quitando mi ceño fruncido con facilidad.

—Él es como la parte madura de nuestra relación y yo el niño que hace cosas estúpidas. Creo que sería un inútil si André no estuviese.

—Creo que André sería un inútil sin ti también—declaro, recordando lo mucho que André me decía que extrañaba a Lucas cada vez que lo sorprendía con la mirada perdida en la nada—. Son el complemento perfecto.

—Sin mencionar que tengo uno de sus riñones.

—Sin mencionar eso—advierto riendo.

Ya hace un buen rato que sucedió lo de la operación de Lucas. Creo que les he hablado del asunto, y a estas alturas mi tía Bianca sigue molesta por eso. Es notorio que solo soporta a Lucas por guardar las apariencias, pero estoy seguro que en el fondo ella no lo acepta, no lo quiere cerca.

Lo culpa de algo que no ha hecho.

André solo hizo lo que quería, y entrego—literalmente hablando—, una parte de sí mismo a alguien a quien tanto amaba.

Y si donarle un riñón a tu novio no es amor, entonces no sé qué será.

A veces llegan personas a nuestras vidas que son rompecabezas incompletos en busca de su pieza faltante. Y qué suerte las personas que encuentran la pieza que les hacía falta entre miles de millones que existen.

Le llaman milagro algunas veces.

Y cuando eres un soñador, como yo, le llamamos destino.

Llegamos finalmente a la casa de Karla. La luz del pórtico está encendida como es habitual y el auto de la señora Bonnet yace estacionado a un lado de la casa.

Pasamos directamente a la parte trasera, tratando de no hacer mucho ruido, y nos colamos en el patio agazapándonos tras un bulto de nieve que se ha formado sobre lo que creo que es la fuente para aves que la madre de Karla siempre suele pintar cada verano de un color distinto.

—Bien, tú subes, llegas a su habitación, hablas con ella y regresas tan rápido como puedas porque se me está congelando el culo.

—¿Y si no quiere?

—Pues haz que quiera. Yo esperaré por ti aquí.

Bueno Sasha, ya estás aquí—la vocecita en mi cabeza lo dice con tono nervioso—. Has pasado frío y has salido a estas horas a sabiendas que te pueden torcer el pescuezo si se enteran que andas tan tarde afuera, así que o lo haces o lo haces.

Comienzo a subir la malla de metal, teniendo cuidado de no resbalar y caer. Mis dedos entumidos no ayudan demasiado, pero con un poco de esfuerzo logro alcanzar el techo. Me muevo lo más despacio que puedo intentando no hacer ruido hasta que llego a la ventana de la habitación de Karla.

Por favor, habla conmigo.

Por favor…

La ventana no tiene pasador, así que logro abrirla con facilidad y una vez adentro mis ojos comienzan ajustarse a la total oscuridad. Camino con sigilo, esperando no tropezar con algo, hasta que se me ocurre sacar el móvil y alumbrar la habitación.

El brillo de la pantalla es el suficiente para ver por donde camino y para percatarme que en la cama de Karla no hay nadie.

¿Dónde demonios se ha metido?

¿Estará en la sala?

Me asomo al pasillo, abriendo la puerta del cuarto muy despacio y echo un vistazo desde las escaleras, pero compruebo que en la sala no hay nadie, así que regreso a la habitación nuevamente.

¿Dónde te has metido, Karla?

Tal vez está en la habitación de sus padres, aunque no veo por qué, y en todo caso, si está ahí no podría hacer nada.

O tal vez no se ha quedado en casa esta noche.

O tal vez… ay, no sé.

Creo que esto fue una mala idea. Mejor regreso a casa e intento esto cuando haya amanecido. Tiene que hacerme caso en algún momento. Las cosas no se pueden quedar así como así.

Tal vez solo debo insistir más, fastidiar hasta que por rendición o por rabia ella se digne a hablar conmigo, pero de alguna forma tendrá que ser.

Vuelvo a salir por la ventana, cerrándola con cuidado y me encamino hacia donde Lucas que sigue agazapado tras el bulto de nieve. Frota sus manos y sopla entre sus dedos para mantenerse tibio.

—¿Y bien?—me dice, cuando me agacho nuevamente junto a él.

—Karla no está en su habitación.

—¿Y qué hay de la…?

—No—le atajo, negando con mi cabeza—, tampoco en la sala.

Suspiro. Y suspirar me hace pensar en que sería genial si la tristeza se me escapase por entre mis nubes de vaho. Tal vez así sería más fácil lidiar con esto.

Miro una última vez la ventana de la habitación de Karla y la malla que conduce al techo, percatándome de algo que antes no habita notado. A un costado de la malla, cerca de mis pisadas en la nieve, hay otras pisadas que forman un camino que se pierde tras un pequeño cobertizo. Parecen recientes.

Y podrían ser de…

—¿Te has movido de acá?—le pregunto a Lucas.

—No.

—¿Seguro?—me pongo de pie y me dirijo hacia donde están las huellas.

—Tengo el cuerpo entumido y la mierda se me congela del frío. ¿Para qué me querría ir a otro lado?

—Para entrar en calor—pongo los ojos en blanco.

—Bueno, sí—refunfuña él, poniéndose de pie y siguiéndome—. Pero no, no me he movido de este sitio.

—Mira—le digo, señalando las pisadas.

—Sí, son huellas profundas de zapatos. Tuyas seguramente.

Niego con mi cabeza, pensativo.

—Esas son mis huellas—señalo las que están en el otro extremo de la malla—. Pero éstas van hacia allá—y señalo el cobertizo.

—No insinuarás que Karla ha salido a estas horas a dar un paseo, ¿o sí?

Me encojo de hombros, porque en labios de Lucas la idea que yo tenía en mente suena realmente estúpida, porque, ¿para qué querría Karla salir a congelarse a estas horas?

—Tal vez son de ahora temprano—sugiere él.

—No. Hace una hora dejó de nevar. La nieve las habría cubierto.

—¿Entonces qué piensas hacer?

Seguirlas, es lo único que se me ocurre, aunque la idea parezca descabellada considerando las circunstancias. Me encamino hacia el cobertizo y compruebo una de mis sospechas: las huellas no acaban aquí, sino que se pierden tras la verja que limita el jardín y continúan por el bosque.

—Puedes regresar a casa si quieres—Lucas se abraza a sí mismo y se mantiene encogido en el frío—. Seguiré yo—le digo.

—Ni creas que te dejaré ir solo.

—Pescarás una pulmonía.

—Y el puño de André en mi cara también si no te llevo de vuelta a casa en una pieza y vivo. Así que mueve el trasero, que entre más rápido terminemos mejor.

Bueno, al menos no caminaré solo.

Nos echamos a andar por el bosque, siguiendo las pisadas que serpentean entre los árboles. La pantalla de mi móvil alumbra lo suficiente en la oscuridad como para ver lo que se extiende frente a nuestras narices y así evitar chocar contra un tronco.

Lucas, que camina a mi lado, también alumbra con su móvil nuestro alrededor y noto en su rostro que no tiene idea de en dónde estamos. Pero este camino lo conozco de memoria. He recorrido este bosque tantas veces, solo y con los chicos, que cada árbol a mí alrededor me resulta familiar.

Si seguimos recto, llegaremos hasta la casa de Jennel y Nixon.

¿Podría ser que Karla esté con ellos?

De repente un chasquido se escucha a nuestro costado izquierdo y la nieve de uno de los árboles se desploma con un sonido sordo, desparramándose sobre la demás nieve tirada por el suelo.

Lucas pega un brinco del susto y me abraza con fuerza. Sus dedos se clavan en mis costillas y siento como tiembla, y no sé si es del miedo o del frío.

—¿Qué demonios ha sido eso?—me dice con una voz chillona.

Alumbro con mi móvil en la dirección del ruido y lo único que alcanzo a ver es a un venado que se pierde en la obscuridad que está más lejos.

—Solo ha sido un venado—le digo, y él suspira, recomponiéndose.

—Ya decía yo que era alguna cosilla—carraspea un poco—. De esas que no asustan.

Claro, Lucas. Claro. De las que no te asustan.

Finalmente salimos del bosque y aparecemos justo en frente de la casa de Jennel y Nixon. Todas las luces están apagadas, pero para nuestra sorpresa, las huellas no se dirigen al pórtico de la casa o a algún lado de la casa en particular, sino que continúan por un camino a nuestra izquierda y se pierden en la oscuridad.

—Mira—le digo a Lucas, señalando con mi mentón las huellas—, hay que seguir por ahí.

Comenzamos a caminar, esta vez un poco más rápido porque la nieve en esta calle no está tan alta.

—¿Hacia dónde va este camino?

—No querrás saberlo.

Lucas muerde su labio, como si sopesara la idea de insistir, pero al final opta por no hacerlo. Creo que realmente le asusta andar de noche por lugares así de oscuros, pero de todas formas no preguntar sobre el asunto no lo salva de saber hacia dónde se dirige este camino, porque cinco minutos después de caminar en línea recta, recibe la respuesta que tal vez no quería realmente saber.

Llegamos al cementerio.

A este sitio que me trae a la mente un recuerdo que me sabe ácido.

—No—Lucas se detiene en seco y se cruza de brazos.

—Las huellas siguen para adentro—le digo, señalando en la misma dirección que las pisadas.

—No, no y no—su ceño fruncido y su tono de voz tembloroso denotan el pánico que tiene de entrar ahí—. No pienso entrar a un cementerio a estas horas de la madrugada.

—Niña—rezongo.

—¡¿Estás loco?!—exclama alzando ambas manos—. Es un jodido cementerio, lleno de cientos de fantasmas y quién sabe qué otras cosas. ¿Ya viste siquiera la hora?—masculla, tragando grueso.

De hecho ni siquiera sé qué horas son, pero ahora que lo menciona me dispongo a informarme y para mi sorpresa son las tres de la madrugada.

—Pronto amanecerá—le digo.

—¡Es la hora de satanás, del chupa cabras, de los cultos satánicos y toda esa mierda de fantasmas!—se queja con una mueca compungida en su rostro.

—No venimos a rendirle culto al diablo, Lucas. Solo a buscar a Karla.

—¿Pero y qué tal si nos sale un jodido fantasma?—replica, nervioso.

Suspiro, me doy la media vuelta y comienzo a andar. Las huellas vuelven a ganar profundidad aquí y se pierden cementerio adentro.

—Si te quedas seguramente te saldrá uno—le digo, sin voltear.

Alumbro el suelo y sigo las pisadas que forman una línea delante de mí. Lucas parece pensarlo por unos segundos, pero el temor de quedarse solo le vence y se apresura a alcanzarme.

—Pero ni creas que participaré en tu exorcismo si se te mete el diablo—masculla, agarrándose de la manga de mi suéter.

Puedo escuchar sus dientes castañear.

Es un miedoso. Todo lo contrario a André. Encajan a la perfección.

Las huellas delante de nosotros dan un giro brusco y cambian su dirección hacia la derecha. Alzo la mirada por unos segundos y mi cerebro rápidamente asimila este sitio con imágenes un poco túrbidas, pero familiares.

En esta dirección está la tumba de Cori.

Se me seca la boca de solo pensar que estoy aquí, a estas horas, yendo en dirección de Cori, que ya está muerto. Suena descabellado.

Pero no me importaría encontrarme el fantasma de Cori aquí.

Realmente quisiera verlo.

A lo lejos, mis ojos captan una pequeña lucecilla anaranjada que parece flotar en el aire. Yace en un solo sitio y brilla sin titilar.

—¿Qué demonios es eso?—pregunta Lucas, con voz crispada.

—Una luz.

—Ay no, ay no—comienza a respirar rápido y profundo—. Seguramente es un fantasma. O están haciendo alguna ofrenda a lucifer.

—No creo que…

—Regresémonos o nos terminarán sacrificando a nosotros.

—¡Chist, guarda silencio!—vuelvo a verle, poniendo mi dedo índice en mis labios para que se calle.

Nos acercamos lentamente y la pequeña luz que veíamos desde lejos se hace más intensa, proyectando sombras entre las lapidas. No estaba flotando, sino que era sostenida por alguien que yace parado inmóvil. La sombra de su cuerpo se dibuja en la nieve, mezclándose con las sombras de otros objetos,

Reconozco a la persona inmediatamente. Se trata de Karla, y parece que no ha notado nuestra presencia.

También me percato del sitio en el que exactamente nos encontramos.

Frente a Karla está la tumba de Cori y sobre ella, hay un pequeño ramo de flores y una velita encendida.